20 de mayo de 2009

Economía Internacional, la decisión Argentina

Por Nicolás Jaime
Director de Senda Política y Social
La mayoría de la población planetaria habita donde el valor agregado por persona es mínimo y donde la naturaleza es tan pródiga como es escaso el capital acumulado, de suerte que la productividad total de los factores es baja en relación con la que dispone el Primer Mundo.



Cuanto más se globaliza el planeta y más universal se hace la forma de consumo, más evidente se hacen las distancias de productividad y de acumulación de capital (conocimiento y ahorro) entre ambas regiones en las que podemos simplificar el mundo.

Acortar esas diferencias es, en definitiva, la estrategia de desarrollo. Y la política nacional e internacional tiene como propósito lograr más capital físico y más educación para lograr un progreso generalizado de desarrollo humano.
En economía internacional, se emplea la sigla BRIC para referirse conjuntamente a Brasil, Rusia, India y China, que tienen en común una enorme población (Rusia y Brasil por encima de los cien millones, China e India por encima de los mil millones), un enorme territorio, lo que les proporciona dimensiones estratégicas continentales y gigante cantidad de recursos naturales, y lo que es más importante, que en los últimos años han presentado cifras de crecimiento de su PIB y de participación en el comercio mundial enormes. Los BRIC son el trece por ciento del mundo y el resto de los emergentes -entre los que estamos nosotros- suman veinte por ciento.
Los BRIC forman el territorio donde ocurre la mayor velocidad planetaria. Lo que no significa necesariamente que hayan sido, a pesar de ese crecimiento, espacios donde el avance de desarrollo humano fuera paralelo a esas tasas de crecimiento del PBI.

Justamente, no es en los BRIC el espacio en que se genera la tecnología.
El modelo del mundo actual funciona con países centrales, que son los que dominan todavía el espacio de las patentes, el diseño, la tecnología; y los emergentes, en especial los BRIC -al menos hasta esta crisis- y en particular China, por su descomunal ejército de mano de obra rural, forman el espacio en el cual se fabrica, se hace el packaging y el transporte. A partir de esta segunda etapa del proceso productivo, los países centrales se hacen cargo de la comercialización y el financiamiento. En las dos puntas del proceso, que tiene una forma de U, se encuentra la mayor rentabilidad. No en el medio. Un porcentaje sustantivo de las empresas exportadoras industriales chinas son parcial o íntegramente de capital extranjero. Y, por lo tanto, gran parte de la rentabilidad de esas empresas de los países desarrollados no sólo se genera en la primera y tercera etapa del proceso, sino también en la segunda.

Rusia no tiene la dimensión ni la estructura de la economía china. Sin embargo, su PBI por habitante (a paridad del poder adquisitivo), en 2007, era de 14,7 mil dólares corrientes (la Argentina, 13, 2 mil) y el de China, 5,3 mil dólares corrientes. Obviamente, esas diferencias entre Rusia y China hacen pie en la naturaleza y la historia de cada nación.

A pesar de esas diferencias, estas dos naciones emergentes han pasado a ser -para la gestión K- aliados estratégicos para la Argentina.

China es para el Gobierno un aliado estratégico, más allá de la intensidad de las relaciones comerciales, a partir de la definición de Néstor Kirchner. Y ahora, a esa categoría, se ha incorporado Rusia, a la que Cristina Fernández la afirmó como una aliada conceptual en materia de cómo deben forjarse las relaciones internacionales.

Por su parte, Rusia -como lo ha hecho Brasil- aspira a realizar inversiones de capital en nuestro país. Ninguno de estos países puede proveer fácilmente de patentes, diseño o tecnología. Y su propósito manifiesto se ubica en la explotación de recursos naturales y en una estrategia extractiva o de explotación de mercados ya desarrollados.

Las relaciones que se profundizarán con Rusia, entre otros pasos, a través del desembarco energético, no fueron promovidas como un aporte a la respuesta a la crisis internacional que nos golpea. Ni tampoco como respuesta a la desaceleración previa sobre el camino del crecimiento blando de la economía nacional.

Pero -en la misión a Rusia- surgieron problemas que, como el de la carne, tocan a ambos escenarios, el interno y el internacional. Surgió la discusión acerca de la calidad comercial de oferente de la Argentina a causa de nuestro repentino retiro del mercado.

Esa discusión requiere redefinir el carácter estratégico de un sector cuya última etapa comercial ya está, parcialmente, en manos de empresas brasileñas, nuestro principal competidor.

La pregunta estratégica es: ¿la Argentina aspira a ser un exportador de carne?
En segundo lugar, se plantea, en los hechos, una visión del futuro del proceso capitalista en la Argentina. ¿Estamos dispuestos a que el capital extranjero sea el titular de aquellas áreas donde se manifiesta “nuestra eficiencia productiva comercial” o, lo que es lo mismo, el control de los recursos naturales?

Una de las lecturas de la misión a Rusia, en medio de la crisis internacional, es que exhibió una gama de interrogantes estratégicos graves acerca de sectores importantes de la producción y la exportación (el caso de la carne es emblemático por estar en un proceso de fuerte retracción y extranjerización de la cadena), y también sobre el papel del capital extranjero (y por eso mismo del capital nacional, público y privado) en el desarrollo nacional.

¿Cuál es la relación de lo dicho, el viaje a Rusia, con la respuesta a la crisis? Es que esta movilización importante y trascendente, el viaje -por un lado-, los paquetes de medidas -por el otro-, demuestran una ocupación y un activismo importante y saludable. Pero el vacío de una estrategia a largo plazo -ausencia de proyecto de país propio igual a riesgo de proyecto ajeno de país (Gustavo Cirigliano)-, y la pasividad con respecto a las inversiones reproductivas imprescindibles dejan a la política como un rompecabezas en un océano de piezas dispersas.

La economía local se desacelera. La economía del mundo desarrollado (dos tercios del mundo) entra en recesión; los emergentes (China, en particular) desarrollan estrategias de salida que apuntan al largo plazo (en China, al desarrollo rural con consecuencias difíciles de prever).

Todo eso (ausencia de proyecto, inversiones, recesión, lo que hacen los demás) nos afecta en el corto, en el mediano y hay serio riesgo de que lo haga en el largo plazo.
Desacelerar sin mirar atrás y adelante, desde una velocidad del ocho por ciento constante durante cinco años a una del dos por ciento, no es un golpe sencillo de asimilar por fenómenos inerciales. Y no prestar, en ese tiempo, atención a lo que hacen los que nos compran productos y a los que nos compran empresas es extremadamente riesgoso para un país tan complejo y tan golpeado.

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