5 de noviembre de 2008

Pastillas para no sentir

Por Marcelo Lucero


Primer acto: un borracho tirado en la calle con olor a pis y ropa sucia descansa en la esquina de mi casa. Segundo acto: al lado de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales un hombre acomoda los cartones para descansar esta noche. Tercer acto: En el pasillo del Cabildo Histórico de Córdoba duermen dos familias. Cuarto acto: Un chiquito pasa por la mesa en donde estoy sentado tomando cerveza y me pide “una monedita’. ¿Cómo se llama la obra? Desgraciadamente no es una obra, es lo que veo todos los días.

Esto pasa, y lo peor es que me pasa cerca, me roza y no me hace nada. Vivo haciendo el papel del árbitro que vio la falta y no la cobró. Quizá por costumbre o porque me resultaría muy costoso cambiar algo de todo lo que veo hoy, o quizá porque tengo miedo de no poder arreglar nada y tener que ver que hay que tirar la pieza, porque está tan destruida que ya no se puede hacer nada por ella. Y sigo rompiendo piezas. Quizá habría que tirar al que las rompe.

A veces pareciera que tengo un chaleco antihumano que me permite desentenderme de la tarea de vivir en sociedad, de cuidar al que tengo al lado mío, ese que ya no pide por ayuda, porque entiende que hoy es una locura hacer tal cosa.

Hace un tiempo me llegó una cadena de mails de alguien que se llamaba igual que yo. En el texto pedía un riñón desesperadamente. Hablaba de su familia, de sus hijos y de su esposa; daba su teléfono, su nombre y su dirección. Y yo sabía que no lo iba a ayudar y que, aunque mi riñón fuera compatible con él (en este caso no lo era), no lo donaría por el sólo hecho de que era un desconocido, ni siquiera sabiendo que se va a morir si no consigue su riñón a tiempo.

¿Qué pasa con las personas? ¿Nos sobran las personas? ¿Tenemos más de seis mil millones y por eso no nos importa que unos miles de millones tengan problemas gravísimos que no les permiten vivir para ser felices?

“Cuidar a las personas es responsabilidad del Estado”. Esa frase no me exculpa de nada, es más, me incrimina más aún. Sé que el gobierno no funciona, no cumple, no ayuda a la gente, sus políticas están pensadas para quienes votan, y uno de los que vota, soy yo. Las personas cuando se mueren dejan de votar (la mayoría).

¿Qué me pasó? ¿Qué nos pasó? ¿Cuándo nos drogaron tanto como para que no sintamos nada? ¿Fue en la escuela, en NeverLand, mientras tomábamos coca con fernet, mientras veíamos tele?

¿Y si paramos todo: las bolsas de comercio, los blogs, las universidades, las iglesias, y nos ponemos a trabajar para las personas y no para las empresas? ¿Por qué no? ¿O seguimos estudiando, trabajando, rezando y escribiendo en blogs para formar espíritu crítico y que algún día cambie algo? ¿Por qué no?

Hagamos lo que hagamos, tenemos que cambiar la medicación urgente, porque nos está dejando ciegos, sordos, mudos e inútiles.

No hay comentarios: