26 de diciembre de 2008

Un cuento Editorial

Por Marcelo Lucero

Había una vez, un calefón que amaba a una puerta de madera y al acercársele la incineró con su amor. Absurdo, ¿no? Bueno, ahora leé esto: Había una vez un diario que opinaba que la presidenta estaba tomando malas medidas económicas. ¿Cuál es el error? Adivinaste: el error es que los diarios no opinan.

Es común entre nosotros decir: “La Voz del Interior dijo…” o, lo que sería lo mismo: “Clarín dijo…” En estas frases dejamos de lado que los diarios son papeles sobre los que se imprimen un montón de letras y que detrás de ellos hay redactores, editores, jefes periodísticos, directores y muchos más. Estas personas con sentimientos que escriben y mantienen entre sí complejas relaciones humanas, a veces hacen un gran esfuerzo por ocultarse, hacerse invisibles y no dejar rastros de sí tras las notas escritas. El fin de esto es una ilusión de objetividad, de que a la noticia no la escribió un ser humano con sus defectos y virtudes, sino que pasó tal cual se cuenta. Gracias a Dios o al mercado, esta moda está en decadencia.

Algo parecido ocurre con las notas editoriales de los diarios, ahí cuando El Diario escribe.

Un día, El Diario opinó que Nicolás Jaime era una mala persona. El señor Jaime leyó el artículo y se sintió indignado con la publicación. Al otro día Jaime fue al diario:
-¡Deseo hablar con el responsable de este artículo que me ofende!
-El responsable es el Diario –le respondió un recepcionista-.
-Bueno, ¡exijo hablar con el Diario!

Seguramente esta historia terminará en una maraña judicial sin a quien exigirle disculpas. Sin embargo, alguien escribió esa nota. Otro absurdo más.

Una de las consecuencias de este tipo de prácticas poncio pilatosas es que una persona física se enfrenta a una persona jurídica, que protege a una persona física cobarde, que no acepta su responsabilidad sobre su opinión, además de nuestra querida ilusión de objetividad ¿Qué puede ser más objetivo a que opine un objeto?

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